Psicoanalista en Buenos Aires, EPFCL. Becario de Investigación doctoral UBACyT.
¿Anal y cis?
Nadie Duerma #9 / / 24 octubre, 2019

Ph. Desirée De Stefano
Matías Laje, “eco de un decir jugado en otra parte”, retoma la crítica falocéntrica para plantear al psicoanálisis, a los feminismos y a las psicosis como tres formas de interrogación de lo normativizante. Aunque también se encarga de señalar sus diferencias, sus puntos lógicos de contacto y sus posibles alianzas.
Hay alguien que me gusta mucho y se llama Hélène Cixous.
J. Lacan, Le sinthome.
Que se invente tiene esta condición:
pensadores, artistas, creadores de nuevos valores,
“filósofos” a la manera loca de Nietzsche,
inventores y rompedores de conceptos, de formas,
los cambiadores de vida no pueden sino estar agitados
por singularidades complementarias o contradictorias.
H. Cixous, Sorties.
Es capital que los psicoanalistas estén al día con su tiempo,
quiero decir que se desprendan de las viejas categorías,
no para ceder sobre las modas con fines de mercado,
sino para simplemente poder responder como analistas
a los casos que les llegan en este comienzo de siglo.
C. Soler, Lacan, lecteur de Joyce
Hay diferentes posiciones desde las que responder a un llamado a poner en cuestión el falocentrismo: las psicosis, los feminismos y el psicoanálisis. Son tres posiciones para interrogar las respuestas normativizantes ante ese “llamado a poner…”. Primero, son tres posiciones que me parece muy importante diferenciar. Segundo, aunque sus causas no sean las mismas, acaso tengan la oportunidad histórica de una nueva alianza posible, con los riesgos que esto conlleva.
Los diferentes movimientos que han respondido por un acontecimiento se han articulado históricamente en alianzas estratégicas flexibles, muy diversas, para llevar a cabo la inevitable transformación que implica la inscripción de un acontecimiento en los lazos sociales de su tiempo. Esos agitadores agitados, que menciona Cixous, abundaron siempre en nuestro país, como el movimiento reformista estudiantil de 1918 en Argentina junto con los distintos movimientos emancipatorios de vanguardia, y ese eco un poco tardío en Francia en el ‘68. Y también históricamente cierto psicoanálisis, no todo, ha servido de inspiración al movimiento feminista de la llamada “segunda ola”, del que Cixous es participante clave y del que Lacan no se apartó demasiado. Acaso sea el psicoanálisis el que hoy pueda dejarse inspirar por algunos feminismos, para que el análisis no sea solo “anal y cis”, voy a volver sobre esto. Yo no soy de los que creen que los feminismos son hoy el mayor enemigo del psicoanálisis, considero que, como siempre, los y las psicoanalistas son su propio mayor enemigo y que el tiempo que viene se juega en una posición que no deje al psicoanálisis demasiado seducido ni demasiado paranoico ante las fuerzas activas de su época.
Mi lectura de los feminismos es muy básica comparada con las personas que llevan más tiempo estudiando estas cuestiones, pero bueno, es la que tengo por ahora hasta que tenga una mejor: los feminismos no se limitan al llamado “feminismo de la igualdad” de la paridad de género, y en especial, en su versión local y actual son un llamado a un pluralismo transformador y emancipatorio que toma como insignia y primera reivindicación terminar con los femicidios, como en la consigna del #niunamenos. No es obligatorio apoyar este movimiento, como tampoco es obligatorio condenarlo, pero lo que no es ético es hacer de cuenta que no está pasando nada, o que lo único que se puede hacer como analistas es luchar secreta o explícitamente para que desaparezca. No es ético porque, como advierte Colette Soler, se trata de ser menos sordos para “poder responder como analistas a los casos que les llegan en este comienzo de siglo”, y esta es solo una de las razones. ¿Cómo responder como analistas, no solo ante los feminismos, sino ante lo que los feminismos han evidenciado? Menos ético aun es el uso de la bandera de un supuesto psicoanálisis “serio” para llevar a cabo lo que en definitiva es una política segregativa de las diferencias, tanto de las psicosis como de los feminismos. En cambio, respeto mucho a los y las psicoanalistas que se han tomado el trabajo de estudiar estos temas y, aunque a veces no comparta sus posiciones, celebro el hecho de que hayan interpretado y tomado posición. La separación, efecto de la interpretación, y la segregación no son lo mismo: la diferencia está a nivel del lazo social, del discurso, que en la segregación se rompe, porque es una variante del pasaje al acto.
Quisiera llevarlos hacia la idea de que lo real no solo se siente en lo necesario y en lo imposible, sino que, en el nivel de la ética, hay un real, es lo no obligatorio. Cuando hablo de una alianza “posible”, por “posible” entiendo, con Lacan, que hay una dimensión real de la ética que solo puede tener lugar en un horizonte donde eso que está en juego no es obligatorio, como tampoco es obligatoria la defensa “anal y cis”, esa que percibe en el llamado de lo real del tiempo actual una impertinencia. El “anal y cis” responde con un “no voy a ceder nada y si me siguen jodiendo llamo a la policía (federal, lenguajera o incluso analítica)”. Esa me parece que es una mala respuesta de un analista ante un acontecimiento epocal como la llamada “ola verde”, que es la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito en nuestro país. “Cis” es la subversión de la “normalidad” desde la perspectiva “trans”, en el sentido de que “cis” es lo que no transiciona, lo que se conserva del mismo lado, y me parece que se ha puesto tal ideal en el acto que tenemos la falsa impresión de que el acto es de por sí transformador. No estamos obligados a querer transicionar a nada, pero no hacerlo es también una toma de posición y esto es lo que el término “cis” señala. Hay actos que son actos de defensa y que no se diferencian demasiado de una ética de amo: son actos que se realizan con fines conservadores y es en este sentido que hablo de una defensa “anal y cis”: “anal” por lo retentivo y “cis” porque está en las antípodas de lo trans. El “anal y cis” es también un militante.
Lo que #niunamenos señala, repone en el centro de la escena una discordancia olvidada, por otro lado no tan distinta a la que se presenta en un análisis, aunque con otras coordenadas y otro alcance. La mala respuesta ante los feminismos es demasiado defensiva, y entonces no importa mucho el criterio ni aquello que está en juego: lo importante es defenderse, asegurarse en el poder y rechazar en el Otro lo que, en definitiva, se rechaza de sí, que no deja de ser un rechazo de lo discordante de la sexualidad. Es un mal uso de la segregación, donde la segregación social es eco de una segregación “interior” del sujeto. Yo espero como analista poder dar una respuesta que no sea la del “anal y cis”, pero tampoco la de un mero semblante políticamente correcto que no transforma nada, que en principio no me transforma a mí. No tenemos por qué querer transformarnos, pero hay algo del análisis y de la transformación que son consustanciales, y esto a veces puede resultar un poco confuso en el punto donde nos preguntamos qué esperar de los y las analistas hoy, y cómo orientarnos en la época.
Por eso, no sé si la puesta en cuestión que se propone este número de ND responde a una posición feminista, no tendría por qué serlo, y no creo que lo sea. Acaso en sus efectos se inscriba un efecto analítico, esto es: un efecto que articula más o menos una respuesta posible y eficaz ante un encuentro con lo real. Por su parte, la puesta en cuestión que las psicosis realizan al falo llega a respuestas demasiado en continuidad con lo imposible y esta no puede ser nunca la posición del psicoanálisis, como tampoco puede ser una posición estructurada en la segregación. Ni la encerrona psicótica ni la segregación ortodoxa, yo voy por otra cosa. Hace unas semanas, en FARP escuché otra cosa. Eran dos pensadores que hablaban de una marcha del “orgullo loco”, que de alguna manera transforma la “marcha del orgullo”, como hoy se llama a secas lo que antes era la marcha del “orgullo lgbt+”, en una nueva marcha. Que en una Escuela de Psicoanálisis se hable de una “marcha del orgullo loco” señala hasta qué punto existe una ética donde convergen psicosis, feminismos y psicoanálisis. Convergen un momento y después quién sabe. Psicosis, feminismos y psicoanálisis tienen el siglo XXI por delante. Que esta trenza posible permita atrapar algo del tiempo no está asegurado. Su fracaso tampoco, y menos aún con el quehacer, con el arte de cada quien, anudando y agitando a la vez. No se puede anudar sin agitar. Fluctuat nec mergitur.
Si la locura ha pasado de ser la tragedia de la historia a la crítica de la historia —es la tesis de Foucault— ahora avanzamos hacia un posicionamiento de las psicosis; ya no de la locura, en tanto modelo de lo que el capitalismo tardío necesita, bajo la forma de la potencia maníaca y la obediencia esquizofrénica. Cuando los actos resultan transformadores, una psicosis puede ser una ventaja por la posición que implica ante la norma, es la tesis de Cixous, pero yo considero que una psicosis no es lo definitorio para la transformación: lo definitorio es el acto y lo que le sigue. Si la ética del análisis es esencialmente una ética orientada por la discordancia, es porque no confunde separación con segregación. El valor, por no decir el ideal, que, con Lacan y acaso por sus propias razones, el psicoanálisis local ha puesto en lo subversivo y en la transformación lo acerca irremediablemente a algunos movimientos emancipatorios, orientado por lo activo del acto, de la acción. Ahora, del significante amo del act se puede hacer un uso no solo segregativo ni heroico ni trágico. Por eso, ante el ideal del acto, el riesgo es la ingenuidad y la seducción del escabel inherente al acto, que por estructura es segregativo pero que no tiene por qué limitarse a eso. Miren a Antígona. Lacan se enamoró de ella y esto es criticable. De todos modos, reivindico la locura de un Lacan, a contramano de todo y, sobre todo, a contramano de todo lo que limitaba la potencia de un método en nombre de la mera conservación de un orden establecido de poderes, como en esa víspera angustiosa de 1964, cuando se arroja a una nueva enseñanza sostenida de sus propios efectos.
Como sea, salir del clóset —del que sea— es darse un semblante, es darse una ciudadanía, porque es ante los otros, aunque, en algún punto, ahí el Otro ya no importe demasiado. Se puede prescindir del Otro a condición de que esté y esto también está en el pase, esa especie de salida del clóset del analista aunque en el marco de un dispositivo cuidadosamente puesto a punto, desde hace medio siglo, para que lo trans del analista, las resonancias de su deseo, pueda ser escuchado con cierto reparo. Escuchado e interpretado. Me interesa del dispositivo del pase el punto paradojal en el que se sitúa. Es decir, que el pase no retrocede ante la paradoja del momento de concluir en el análisis, cuando se espera una palabra de cierre de alguien y ya no hay en nombre de qué soportar esa palabra, y quizás ya no hay necesidad de decirlo tampoco; pero, se podría querer decir algo, un epílogo acaso, si es que surge y se quiere: un epílogo para salir, un decir para pasar. Si el decir se presenta demasiado cerca, vamos de una obscenidad verbal al más hermético mutismo. Ahora, cuando opera su distancia, ahí puede haber un silencio y en ese silencio (es solo un uso posible del decir y de la voz) ahí se puede escuchar e intepretar. Es un silencio fresco, porque es el eco de un decir jugado en otra parte.