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ESTÉTICAS DEL RECHAZO

Nadie Duerma #7  /   por Vanina Muraro y Martín Alomo  /   24 agosto, 2017

Ph: Alejandro Lipszyc

Bartleby y Mersault a la luz de las elaboraciones de Deleuze y Agamben.

Nos interesa aquí ese tipo de rechazo que los analistas solemos detectar en la relación del sujeto con diversos rostros de la alteridad, ya sea que se trate de los vínculos con los semejantes o de cierto Otro más generalizado, llamémosle –en este inicio del juego– lo social o el lenguaje.

Han llamado nuestra atención dos personajes que importan, cada uno a su modo y con sus características particulares, verdaderos acontecimientos para el mundo de la literatura y del pensamiento del último tramo de la modernidad e incluso de sus condiciones de territorialización, para tomar un término deleuziano –noción que incluye lo temporal, por supuesto– (Deleuze y Guattari, 1980). Nos referimos a dos personajes literarios que, cada uno con su estilo, representan paradigmas de eso que planteamos aquí como rechazo: Bartleby, el escribiente, el pálido y flacucho oficinista de Herman Melville, y al Mersault siempre extranjero del argelino Albert Camus.

El árabe y la caminata por la playa, el sol, el reflejo en la hoja del cuchillo, el disparo. La acusación, el juicio, la cárcel, el cura despedido. Una madre muerta que no se llora, una enfermera[i] que atestigua la sala blanca, un viejo sepulturero. Un affaire, una tarde en la piscina, el cine. ¿Amor… quién sabe? El cuerpo de Mersault responde a las iniciativas del semejante que funcionan como comando, casi de un modo literal: vamos a la playa, vamos a la piscina, vamos al cine, casémonos, vamos a la cárcel, a la guillotina. “De acuerdo, ¿por qué no?” parecería ser siempre la respuesta, más o menos modulada en el mismo tono de apática aquiescencia.

Hay un espacio cuya existencia hemos aprendido a leer no sin Bartleby, con Deleuze y Agamben (y con Aristóteles y Tomás de Aquino, Duns Scotto y Jean de Buridan, Enrique Vilamatas y otros autores por los que fuimos encontrados). Dicho espacio contiene la condición de la potencia en estado puro, una especie de potencia absoluta. Allí, en ese lugar, todo puede ser y, a la vez, no ser. Se trata de ese espacio que se recorta en la articulación de la negación y lo particular, un no para algunos; algunos no, pero… resulta que por eso mismo, alguno sí. Preferiría no hacerlo dice la famosa fórmula bartlebyana, mejor gentilicio ella misma. Por eso Deleuze (2001) escribe “Bartleby, la fórmula” (57-92); “O de la contingencia”, dirá Agamben (2001, 93-136), situando allí también algo del orden de la nominación del personaje, o bien de lo que el acontecimiento-Bartleby nombra.

Lo absurdo es lo que responde en el mundo posible habitado por Mersault, ese mundo silente que convoca a la perplejidad y a la desesperación. Un mundo-Sísifo que –en en su absurdidad (Camus, 2010)– puede llevar al sujeto tanto al cadalso como al lecho compartido con una mujer como si se tratara de un mismo gesto, con la misma indiferencia.

Tal vez eso sea lo exasperante de Mersault: la puesta en acto, flagrante, de la absurda libertas indifferentiae. Ésa misma que es refutada en cada acto por el deseo humano; la que ejemplifica Aristóteles en su tratado sobre el cielo con recurso perruno y que, sin embargo, pasara a la historia rebuznante con Jean de Buridan (Alomo, 2013a).

¿Qué podría preferir Mersault, puesto a la misma distancia de todos los mundos posibles, cual atados de heno ante el asno hambriento que no sabe decidirse? La respuesta que encontramos en El extranjero no puede ser sino una solución sufriente, más bien catastrófica para el sujeto: le cedo mi voluntad y mi cuerpo al Otro, su palabra es ley. Eso parece decir el desgraciado. Aunque también, con su declinación perpetua, comete un acto sin saber –desconocimiento inherente a la condición de todo acto– aunque no sólo sin saber sino también sin que nada relativo a dicho acto lo represente nunca, ni antes ni después. Desde el psicoanálisis podría pensarse en esa categoría que arroja al sujeto por la ventana, hacia el infortunio. Es decir hacia lo obsceno de la Higflosigkeit que nos habita y nos atraviesa, nos perfora, des-aloja definitivamente de lo social y arrojado el pobre diablo –o lo que queda de él: su cuerpo como mero resto, objeto de desecho– al abandono, cual culpable al foso de las bestias. Dicho acto, en lo que atañe a sus efectos sobre el mundo –denuncia de la “ironía del mundo”, si nos atenemos a la reflexión kierkegaardiana sobre la decisión final de Sócrates (Kierkegaard, 2000)– profiere el siguiente enunciado –aunque como nunca es pronunciado, lo “proferido” resulta más bien pura enunciación–: “el rey está desnudo”.

Mersault no juega el juego, no llora a su madre, no entiende la lógica del luto, no ríe cuando hay que reír ni llora cuando es debido. Mersault, aun sin proponérselo, dice todo el tiempo “el rey está desnudo” y es justamente esa denuncia la que lo mata, la que lo arroja a sólo poder desear –sí, desear, aunque parezca raro el uso de este verbo cuando se trata de Mersault– desear que, finalmente, al menos la cuchilla esté bien afilada (Camus, 2003, 113).

Allí, en ese espacio sin determinación elegida, “entre lo preferible y lo no preferido” escribe Agamben, allí donde Bartleby prefiere no hacerlo, Mersault también, a su modo, rehúsa su presencia cuando es convocado por el deseo del Otro. Sin embargo, mientras Bartleby muestra un semblante anémico y apático, tributario de un negativismo que se revela irreductible, Mersault se mantiene afuera, al costado de los lazos sociales bajo una apariencia de aceptación incondicional, una especie de dócil afabilidad (que nos recuerda aquella “dócil apatía” de El Hombre de los Lobos). Mientras uno rechaza su participación sin disimulo aun cuando paradójica, el otro consiente sin miramientos las invitaciones de los otros, aun cuando nunca sepamos si hay alguien en casa. La paradoja no se zanja en ninguno de los dos: el copista, justamente propuesto desde ese oficio, ofrece su mano de obra a condición, claro está, de ser aceptado en su musilística dimensión de hombre sin atributos. Dicho de otro modo: en el seno de un tipo de vínculo, un contrato laboral, el copista asume su rol a condición no sólo de ser tolerado como no-copista, sino incluso como un no-hombre, si acordamos que lo que sitúa a un sujeto en su circunstancia es, precisamente, la historización de los avatares de su vida.

En cuanto a Mersault, la paradoja queda planteada en otros términos. Se trata de alguien de apariencia maleable a los requerimientos del otro, adaptándose al lugar que se le propone: hijo, huérfano, amigo, compañero sexual, asesino, acusado, condenado, etcétera. Sin embargo, no se trata de un hijo amoroso ni que se muestre prohijado por esa madre que muere, ni de un huérfano doliente, tampoco de un amigo afectuoso ni de un amante apasionado. Más bien se trata siempre de la cáscara, de las vestiduras vacías de alguien que se supone debería haber allí donde, finalmente, parecería no haber nadie. Nadie: nada en el lugar donde se supone debería haber alguien. La paradoja de El extranjero consiste en estar siempre des-territorializado, nunca apropiado de su lugar, des-localizado en relación al lazo, a los otros, a sus emociones y, finalmente, a algo que le funcione como significante que lo represente. Mersault no parecería ser un alienado en el sentido del psicoanálisis, en el sentido en que lo plantea Lacan en Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. En este punto, precisamente, cuando las referencias se vuelven inasibles, no-localizables, es que los enunciados devienen puro palabrerío que no logran enganchar al sujeto en su agujero traumático (Lacan, 2008).

El acontecimiento-Bartleby, así como el acontecimiento-Mersault, vienen a decirnos a nosotros, habitantes del siglo XXI, lo siguiente: “Ex-siste a todo mundo efectivamente realizado, una región poblada por múltiples contingencias caídas de su condición de potenciales hacia las tinieblas de lo no-realizado. Allí, en ese punto que ha sido pensado como ‘futuribles’ o ‘futuros contingentes’, en esa zona no de indeterminación pero sí de irrealización, allí, en esa franja donde uno de los aspectos de la contingencia sostiene con su no-ser lo que efectivamente es, allí, en ese lugar, encontramos letras muertas, como las cartas sin destinatario confiadas a Bartleby (Cragnolini, 2008). Y esas letras, aun cuando muertas, no pierden su condición de mortificantes; aun cuando no-realizadas, no ceden su poder; pero, eso sí, ellas no nos dan derecho a exigir del acto que nunca se produjo, que se haya producido”.

 

Referencias

Alomo, M. (2013a). La elección en psicoanálisis. Fundamentos filosóficos de un problema clínico. Buenos Aires: Letra Viva.

Alomo, M. (2013b). Clínica de la elección en psicoanálisis. Libro II. Por el lado de Lacan. Buenos Aires: Letra Viva.

Camus, A. (2003). “Reflexiones sobre la guillotina”. En Camus, A. y Koestler, A. La pena de muerte. Buenos Aires: Emecé.

Camus, A. (2010). El mito de Sísifo. Buenos Aires: Losada.

Camus, A. (2013). El extranjero. Buenos Aires: Emecé.

Cragnolini, M. (2008). “Ciberespacio y potencia de suspensión”. En AA. VV.: Bartleby: Preferiría no. Lo bio-político, lo post-humano. Buenos Aires: La Cebra, pp. 61-72.

Deleuze, G.; Guattari, F. (2006). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. España: Pre-textos.

Heer, L. (2003). Repetir la cacería. Buenos Aires: Grupo Editor Latinoamericano.

Kierkegaard, S. (2000). "Sobre el concepto de ironía". En Escritos de Sören Kierkegaard, vol. I. Madrid: Trotta.

Lacan, J. (2001). El seminario. Libro 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Buenos Aires: Paidós.

Lacan, J. (2008). “Posición del inconsciente”. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI.

Melville, H.; Deleuze, G.; Agamben; G.; Pardo, J. (2001). Preferiría no hacerlo. España: Pre-textos.

Melville, Herman (2002). Bartleby, el escribiente. Madrid: Alianza.

 

 

[i] “Prudente, silenciosa, absolutamente lúcida de su función de testigo, la enfermera atesoraba confesiones, frases dichas en el duermevela letal de los que no tardan en partir. ‘Nunca se pierde lo que verdaderamente se ha tenido’, habían sido las últimas palabras de la madre de Mersault. ¿Estarían dirigidas al hijo?” (Heer, 2003,  18).

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Vanina Muraro y Martín Alomo

Vanina Muraro. Psicoanalista. Miembro del FARP y AME de la Escuela de los Foros del Campo Lacaniano. Docente de grado y de posgrado, e Investigadora de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires.

Martín Alomo. Psicoanalista. Miembro del FARP y de la Escuela de los Foros del Campo Lacaniano. Magíster en psicoanálisis de la Universidad de Buenos Aires. Coordinador de la Residencia en Psicología Clínica del Hospital B. Moyano. Ambos autores han publicado en colaboración Las tragedias del deseo. Antígona, Lear, Hamlet. Buenos Aires: Letra Viva, 2014.

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