Filósofo. Egresado de la EHESS de París. Es autor del libro Principios de espectrología. La comunidad de los espectros II (2016).
¿HAY FILOSOFÍA DESPUÉS DEL PSICOANÁLISIS?
Nadie Duerma #7 / / 19 agosto, 2017

Ph: Alejandro Lipszyc
¿Qué consecuencias tiene para el pensamiento de nuestra época la antifilosofía declarada por Lacan? Lejos de negarse nos obliga a extraer sus consecuencias.
La obra de Jacques Lacan testimonia, en sus diversas inflexiones, de la presencia conceptual de la filosofía. Podemos evocar algunos hitos que, en diversos momentos, señalan un cúmulo de preocupaciones afines: Platón, Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel, Heidegger. Cada uno de estos filósofos ha sido confrontado por Lacan, pensado a contrapelo; más aún, todos ellos también han sido objeto, directamente o por implicación, de proposiciones de refutación. De allí se deduce que, a diferencia de Freud, más inclinado hacia las Letras, la filosofía era un campo con el que el psicoanálisis lacaniano interactuaba. Sin embargo, las relaciones entre psicoanálisis y filosofía nunca fueron pacíficas sino que, por el contrario, estuvieron siempre teñidas por una tensión y un agonismo que, por momentos, podía alcanzar puntos especialmente álgidos.
Un momento crucial tomó la forma de la proposición avanzada el 18 de marzo de 1980: “me sublevo, si puedo decirlo, contra la filosofía. Lo que es seguro es que se trata de una cosa terminada. Incluso espero que produzca un retoño. Estos resurgimientos sobrevienen a menudo con las cosas terminadas” (Lacan, 1980, 17). La “antifilosofía” se halla aquí explícitamente declarada y no puede pretenderse que esta enunciación no ha tenido lugar. Al contrario, es necesario extraer las consecuencias. Entre los brillantes intentos de sobrepasar el veredicto lacaniano encontramos la “torsión inversa” que apuesta a favor de una convivencia que, en última instancia, no puede ocultar el transvasamiento del psicoanálisis en el diálogo filosófico, especialmente de cuño platónico (Badiou, 1992, 344). O bien, se nos ofrecen las bodas entre el psicoanálisis y la espiritualidad bajo la forma renovada de la askésis antigua (Allouch, 2007).
Ninguna de estas formulaciones logra estar a la altura del desafío lanzado por Lacan a la filosofía pues, de un modo u otro, intentan anular la radicalidad o las consecuencias del hecho de que ha sido proferido un veredicto fulminante. Con todo, resulta procedente aclarar que lo dicho por Lacan no puede ser comprendido como una nueva encarnación del motivo, tan caro a Hegel y Kojève, del final epocal de la filosofía. No se trata de las figuraciones últimas de un pensamiento que alcanza su esplendor y su saciedad. Al contrario, la antifilosofía de Lacan comporta el diagnóstico contrario: la filosofía, lejos de haber alcanzado su plenitud, no ha podido servir a su propósito y fracasa, de modo rotundo, en el lodazal del malestar contemporáneo.
Sin embargo, sería equívoco albergar la idea de que Lacan, sólo al final de su vida, habría tenido propósitos de semejante contundencia respecto de la filosofía. Al contrario, estimamos que varios antecedentes conducen, discretamente, a este diagnóstico crepuscular. Habremos de ceñirnos ahora solamente a uno de esos indicios. La nueva y precaria situación de la filosofía contemporánea es enunciada por Lacan ya en su texto conocido bajo el título de Kant con Sade. El comienzo del texto refleja el axioma fundamental: “el boudoir sadiano constituye el equivalente de aquellos lugares de los cuales las escuelas de la filosofía antigua tomaron sus nombres: Academia, Liceo, Stoa. Aquí como allí se prepara la ciencia rectificando la posición de la ética” (Lacan, 1966, 765).
Para los fines que aquí perseguimos, una cadena sinonímica enumera la toponimia escolástica de los filósofos: escuelas, academias, universidades. Más de dos milenios forman el suelo, inestable pero persistente, que permite los encadenamientos sucesivos. Ese ciclo, señala sutilmente Lacan, ha encontrado su fin desde que la errabunda filosofía encontró su trayectoria, sólo aparentemente conexa, interrumpida por la irrupción de Sade como acontecimiento o, mejor aún, como cifra de una nueva geodesia filosófica: el mapa filosófico abandona la gnosis para adentrarse en la carne y las superficies del deseo. Como consecuencia, todo programa de la filosofía venidera coincide con la puesta en forma de un boudoir y los castillos del Divino Marqués acogen a los nuevos cuerpos que balbucean la palabra filosófica. Sólo quien sea proclive a las seducciones discursivas puede tomarse en serio el papel de un scholar en los tiempos del donjuanismo sapiencial.
La liquidación de la filosofía academicista, entonces, fue preanunciada por los gritos sadianos aún si la rarefacción de la historia requirió unos siglos más para la maduración de la nueva realidad. No faltan, empero, los intentos de igualar a Lacan con un sofista de los tiempos contemporáneos erigido en exemplum edificante (Cassin, 2012). Más allá de la oportunidad de las bellas letras, el problema sigue en pié: el sofista (con independencia de la valencia, favorable o desfavorable, que se le otorgue) no es más que la contracara del filósofo. La ruina de uno conlleva, pues, la desgracia del otro. En consecuencia, una vez más, desde Sade, ambos personajes sólo se disputan los favores de acceso al boudoir de las palabras y los cuerpos. La antifilosofía de Lacan anuncia el fin de los filósofos: ¿hace falta aclarar, entonces, que su negativo sofístico perece consecuentemente con él?
Ocurre, sin embargo, que hoy hemos superado también el tiempo de Lacan y el boudoir parece otra figura de la prehistoria del deseo y del pensar. Parece claro, para un observador desprejuiciado, que los supervivientes de la filosofía, si existen, no se ejercitan ni en el boudoir ni con el vigor del martillo.
Si, a modo de hipótesis, nos permitimos imaginar que los rebrotes filosóficos dicen aún hoy sus palabras desidiosas antes del tiempo del final, ¿cuál es el topos de la filosofía global del siglo XXI? Se torna necesario evadir la respuesta elegante: no vale sostener, como se ha hecho, la conveniente tesis de que la filosofía es atópica y que, por tanto, se manifiesta en los intersticios de cualquier discurso. Al contrario, quizá la urgencia de los tiempos hace necesario que la filosofía deba retomar su curso allí donde Baudelaire había situado la barbarie de los tiempos contemporáneos donde el “goce carnal” conduce a “las delicias del crimen” (Baudelaire, 1975-1976, 795). Quizá sólo entonces, como última oportunidad, la filosofía podrá sopesar si está a la altura del desafío de Lacan y ser más que un retoño agonizante. Salvo que, como bien sabía asimismo Lacan, la apuesta también compete, en igual y acuciante medida, al futuro del psicoanálisis.
Referencias
Allouch, J. (2007). La psychanalyse est-elle un exercice spirituel?, Paris: EPEL
Badiou, A. (1992). Conditions. Paris: Éditions du Seuil.
Baudelaire, C. (1975-1976). Oeuvres complètes, Paris: Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 2 volúmenes.
Cassin, B. (2012). Jacques le Sophiste. Lacan, logos et psychanalyse. Paris: EPEL, 2012.
Lacan, J. (1966). “Kant avec Sade” en: Écrits. Paris: Éditions du Seuil.
Lacan, J. (1980). “Monsieur A”, Ornicar? Bulletin Périodique du Champ freudien. Paris: Lyse, 20/21.