Narrador, docente y periodista cultural. Publicó las novelas Preguntale (Cencerro, 2005), Musulmanes (Casanova, 2009) y Osvaldo (Blatt&Ríos, 2016).
SOBRE CRUCES, HUELLAS Y DEUDAS
Nadie Duerma #7 / / 19 agosto, 2017

Ph: Alejandro Lipszyc
¿Qué le debe el psicoanálisis a la filosofía? Una historia de arrebatos perdidos, como dice el autor, en la noche del inconsciente o del pensamiento.
Con frecuencia nos encontramos ante una expresión según la cual habría “cruces entre el psicoanálisis y la filosofía”. El plural de “cruces” y el singular de las disciplinas fantasea con la imagen de dos caminantes infatigables que coinciden, de cuando en cuando, en algún lugar de la cartografía en la que despliegan sus discursos errantes. Pero con cada cruce, uno de los caminantes se llevaría consigo algo del otro, por lo menos la memoria del cruce, sobre todo en el momento en que, al volver a cruzarse, se reconocen. Pero esta imagen de los cruces entre el psicoanálisis y la filosofía resulta demasiado ingenua; así como existen muchos cruces posibles, existen muchos psicoanálisis y filosofías. El singular de las disciplinas cierra los ojos ante la multiplicidad que encarna cada una de ellas. Los cruces no serían entonces entre dos caminantes errantes sino, más bien, los que se dan en medio de una multitud. Cruces casi siempre inadvertidos, de tan repetidos e indiscernibles unos de otros. Cruces, a veces, en los que al menos uno de los dos simula no advertir la presencia del otro, y sigue su camino con la conciencia de la simulación, ya en estado de alerta. En medio de tanto ir y venir, no faltará quien se aproveche del tumulto para arrebatar algo; y luego de estudiar su especificidad, su uso, su mecanismo, apropiárselo. Las posesiones de unos y otros son resultado de viejos cruces, arrebatos perdidos en la noche del inconsciente o del pensamiento. Las filosofías vienen cruzándose y saqueándose desde los tiempos de Parménides. Nada del robo le es ajeno a un filósofo. Ahora bien, lo que hace posible esta variabilidad de cruces es, en definitiva, la necesidad de ir siempre de camino a otra parte. Filosofías y psicoanálisis son disciplinas que no podrían seguir adelante (subsistir) sin hacer de su tarea fundamental un desplazamiento.
En un famoso texto autobiográfico, Freud (1925) comenta que ha sido uno de esos caminantes que deciden evitar o rehuir a quien reconocen, como quien no quiere saber nada de alguien que se encuentra demasiado próximo: “Nietzsche, el otro filósofo[i] cuyas intuiciones e intelecciones coinciden a menudo de la manera más asombrosa con los resultados que el psicoanálisis logró con su trabajo, lo he rehuido durante mucho tiempo” (Freud 1925, 56).
¿Por qué Freud hace referencia a los resultados alcanzados en su disciplina? Resultado es el participio de “resultar”, término que proviene del latín “resultare” (saltar). El resultado es un salto. En su Diccionario del uso del español, María Moliner anota: “retroceder al chocar con una cosa”. Llegar a un resultado es entonces un modo de andar hasta chocar con una cosa y vernos en la necesidad de retroceder para dar un salto. Las intuiciones e intelecciones nietzscheanas coinciden, según Freud, con los saltos dados en su propio “trabajo”. ¿Qué clase de trabajo es este en el que se dan choques, retrocesos y saltos? Se trata, indudablemente, de la investigación. El trabajo del psicoanálisis y sus resultados tiene en la investigación uno de sus elementos fundamentales. En la medida en que investigar es un modo de involucrarse con vestigios (el vestig que aún se conserva en el término proviene del latín vestigium: vestigio, huella, rastro, pista), el investigador es un caminante, un rastreador cuyo trabajo es siempre el seguimiento de una huella, una marca dejada por otro. Quien investiga recorre (como si fuera el primero en hacerlo) el camino de otro. Y en la investigación, en el recorrido de las huellas de otros, podemos advertir el paso de otro investigador. Cruzarnos con él. Cuando Freud señala que decidió evitar o rehuir a Nietzsche parece referirse a este tipo de cruce. El de dos investigadores interpretando huellas, errando entre vestigios: chocando, retrocediendo, dando saltos.
¿Por qué rehuir o evitar a un investigador que nos cruzamos en nuestra tarea, en nuestro seguimiento de una huella? Freud escribe que lo que deseaba, ante todo, era mantenerse “libre de toda prevención”. Es decir, no avanzar con herramientas nietzscheanas que le ahorraran el trabajo de abrirse camino en medio de las dificultades. Si Nietzsche le permitía a Freud ahorrarse un esfuerzo, ese ahorro redundaría tarde o temprano en una deuda. Aquí la idea de cruce entre disciplinas adquiere otras características: ¿qué le debe una a la otra? La imagen ahora es la de quien evita cruzarse con sus acreedores. La supuesta deuda entre el psicoanálisis y la filosofía se paga una y otra vez intentando dar cuenta de sus cruces, choques y desencuentros. En un pasaje de La tarjeta postal, Derrida (2001) escribe:
Lo más penoso, lo menos soportable (suspiro al pasar) es que lo que se ha pagado con tanta pena (lo más penoso), a saber la tarea de la especificidad psicoanalítica, se le dé sin esfuerzo al filósofo, gratuitamente, graciosamente, como por juego, por nada. Lo más penoso es que lo penoso no sea penoso para otros, estando así en peligro de perder todo valor: moneda falsa en suma, emitida por ese ancestro indigno del psicoanálisis. Como si no le hubiera costado nada. (Derrida 2001, 252)
La emisión de deuda contraída a través de un crédito cuyo depósito no es otra cosa que “moneda falsa” (la filosofía misma) acaba por legitimar el uso indiscriminado, por parte del discurso filosófico, de los resultados de la investigación psicoanalítica, en detrimento de ésta. El abuso no tarda en reflejarse en el discurso psicoanalítico mismo, que parece ocultar la explotación de su acreedor ensayando un uso ligero de las filosofías más o menos a la mano. Hegel, Heidegger, Platón, Aristóteles, Tomás de Aquino o Spinoza aparecen entonces como un fondo común, reservas que alcanzarían para seguir adelante, emitiendo más deuda, convirtiendo al propio Freud -como si se tratara de un título nobiliario- en un filósofo más. Desde entonces, el psicoanálisis se debe a sí mismo una deuda que, a medida que paga, se incrementa.
¿Cuál es el modo de acabar con esta deuda injusta? Derrida (2001), unos párrafos más adelante del fragmento ya citado, escribe: “En cuanto tal, la teoría psicoanalítica no le debe nada […] No hay que asumir la deuda: no solo porque es la de otro, sino porque el otro se ha endeudado de manera insaldable (imperdonable) al emitir simulacros de conceptos” (Ibidem 255). El psicoanálisis debería recomenzar sus investigaciones sin demorarse en cuestiones de herencias. Si existió una deuda con la filosofía, ésta fue pagada por Freud, cuya obra ya es un hito en la historia de la filosofía, a pesar de haber querido evitarla. Crédito en moneda falsa que debe darse por pagado, aun cuando se trate de una cancelación de deuda con billetes fuera de circulación.
En un texto genial, Rosa (2004) señaló que para que la literatura argentina siguiera existiendo como tal, primero debía “olvidar a Borges”. El arte del olvido no es una refutación, ni siquiera una crítica a la obra de Borges. A la manera de Nietzsche en Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Rosa pondera el olvido como un modo indispensable para el desarrollo de las potencialidades -en su caso- literarias. Tener a Borges presente y saber leerlo debe ser, al mismo tiempo, un modo del olvido. En caso contrario, el escritor argentino se convertiría en una especie de Funes, incapaz de olvidar, incapaz incluso de pensar. El texto de Nicolás Rosa, entonces, abriría una vía hacia la investigación del inconsciente a partir de la consigna de “olvidar a Freud” sin que ello signifique ignorar su obvia y agobiante omnipresencia.
Hoy, los filósofos compiten entre sí para llevar a cabo lo que ellos mismos denominan “carrera de investigador”. Para llegar a esto, se vieron obligados a aprender a olvidar. La investigación psicoanalítica -olvidando a Freud, o lo que es lo mismo, leyéndolo como quien da cuenta del “estado de la cuestión” de su objeto de estudio- deberá sumergirse en las profundidades del inconsciente, siguiendo sus huellas. Y si no hay rastros de lo inconsciente en otro espacio que la clínica, habrá que hacer del consultorio un laboratorio abierto al investigador. Y que la tan celebrada ceremonia del diálogo con el paciente deje de ser un confesionario para volverse una lección de anatomía.
Referencias
Derrida, J. (2001). La tarjeta postal. México, D.F.: Siglo XXI.
Freud, S. (2003). “Presentación autobiográfica”, en Obras Completas, vol XX, Buenos Aires: Amorrortu. Texto original publicado en 1925.
Rosa, N. (2004). El arte del olvido. Buenos Aires: Beatriz Viterbo Editora.
[i] Freud escribe “el otro filósofo” porque, unas líneas más arriba, se refiere a su lectura tardía de Schopenhauer.