Lic. en psicología. Docente e investigadora (UBA) en Facultad de Psicología. Miembro de la Escuela Internacional de los Foros del campo lacaniano.
EL LENGUAJE DE LOS ANALISTAS
Nadie Duerma #8 / / 17 septiembre, 2018

Ph. Alfredo Srur
Lo oído y ya olvidado porta las huellas del goce del Otro y aun así implica consecuencias puramente contingentes a nivel del goce. Marcas en el cuerpo inexplicables racionalmente, imprevisibles y –fundamentalmente– no interpretables.
Lenguaje: de la comunicación al muro
El lingüista y el analista comparten la pasión por el lenguaje, pero ¿qué del lenguaje concierne a cada uno? Intentaré precisar el aspecto del lenguaje que atañe al analista específicamente en su acto.
La Lingüística y el Análisis de discurso han tenido la gran virtud de desentrañar la estructura del lenguaje, sus alcances, sus posibilidades discursivas, gramaticales, retóricas e incluso subjetivas. Pero el lenguaje del lingüista, ¿es el mismo que el de los analistas?
Como analistas posamos rigurosamente en tan solo una arista: la relación del lenguaje con el inconsciente y sus consecuencias a nivel del goce. El resto, pour la gallerie. Me parece importante subrayar lo limitado –aunque determinante– de lo que nos ocupamos.
De un encuentro regular entre dos personas, más el uso analítico de la palabra, se espera que advenga, de a poco, la punta más fina del lenguaje: la coacción propia de su lógica a la que estamos sometidos todos los seres hablantes de este mundo.
Analizar supone separar elementos, descomponer, desarmar el sentido de las frases que el yo intenta infructuosamente dominar. Basta con eso para que alguien comience a escuchar su propia palabra de otro modo y revisar su posición en las coyunturas que le toca vivir. La libertad asociativa y lo extraño de un deseo que mueve, causa y se percibe en su pura presencia, empuja a la aparición de las “rejas del lenguaje”, tomando la expresión de Paul Celan. Ese es nuestro norte, alcanzar la dimensión central del lenguaje que no es comunicación ni comprensión, sino un muro abisal con el otro. Aspecto del lenguaje que adviene solo si hay un analista allí, no va de suyo y podría permanecer completamente desapercibido. Conozco psicoterapias de veinte años que cursan solo por carriles de significación, comprensión, conocimiento de sentidos impotentes y un edipo-sin-fin; cuando justamente lo propio del análisis es desanudar y desarmar el sentido que nos fija en repeticiones y círculos coagulados. Es más, ni siquiera atañe al analista recomponer sentidos perdidos en el proceso analítico. De hecho, Freud consideraba algo hueca la ilusión de psicosíntesis como tarea del analista.
El quid del método asociativo implica no solo el despliegue de los diversos sentidos y verdades que porta cada uno con su historia a cuestas, sino, fundamentalmente, apunta a dar caza a ese impacto del lenguaje anterior a la apropiación del sentido, a esa lengua materna original que habitamos como podemos y cuyos ecos buscamos convocar en las sesiones. El ejercicio del inconsciente al que nos abocamos posa sobre ese aspecto del lenguaje que atañe, específicamente, a nuestro acto y no al del lingüista.
Claro que la lengua materna no coincide exactamente con el idioma sino que trae consigo el sonido materno, el modo en que pasa la lengua. Con términos pero también con interjecciones, tonos, ritmos, tiempos, fonemas etc.
Lo oído y ya olvidado porta las huellas del goce del Otro y aun así implica consecuencias puramente contingentes a nivel del goce. Marcas en el cuerpo inexplicables racionalmente, imprevisibles y –fundamentalmente– no interpretables. Hay algo de esas marcas inasibles del baño del lenguaje sobre cada quien que da un margen al analista para apoyar su trabajo, su práctica y cada dirección de la cura sobre algo real, concerniente exclusivamente al que habla desde el diván. Ese trozo de lengua que impacta a nivel del goce –siempre extraño para uno mismo– no le debe nada a la verdad biográfica, mucho menos a mamá y a papá.
Tener en cuenta esa dimensión del lenguaje es la chance de que los análisis sean finitos y no eternamente nostálgicos (tan o más tramposos que las vueltas del Superyó). Con “finito versus nostálgico” quiero decir que, si hay algo que nos ha aportado la lingüística –o, más bien, el uso embustero que hizo Lacan de la lingüística, su “lingüistería”–, es la decidida apuesta a un análisis con un fin palpable, un análisis no eternizado en la multiplicación infinita de las significaciones edípicas, sino restringido al presente del “decir” y los “dichos”, evocando las nociones de Oswald Ducrot. Una relocalización de la posición del sujeto en las cosas que importan, declina mucho más de las contingencias del decir que de todo un discurso armado y repetido. Para darle un espacio a esa contingencia, se necesita un analista que imprima la pendiente.
Probar el inconsciente
Ahora bien, ¿cómo probar que aquella incorporación de la lengua materna tiene incidencias accidentales decisivas a nivel del goce? ¿Cómo dar cuenta de esa dimensión radical del inconsciente? ¿Cómo probar que la palabra –que es un campo abierto a los múltiples sentidos– puede tocar algún real sin sentido alguno?
Aproximo tres líneas argumentativas a desarrollar en otro contexto:
- El goce sexual.
- El síntoma
- El equívoco
1) Freud se detiene en el testimonio de aquel muchacho alemán que se excitaba sexualmente con una caprichosa condición: que su partenaire porte un “brillo en la nariz” (glanz auf der nase). Ese fetiche, que provenía de su primera infancia, “no debía leerse en alemán sino en inglés”, advierte Freud. Sus primeros años estuvieron atravesados por aquel idioma completamente olvidado. Sin embargo, la consonancia entre glance –“mirada” en inglés– y glanz –“brillo” en alemán– resuena en el cuerpo. Y, particularmente, resuena en su goce sexual, campo arbitrario e indomeñable si los hay… Campo donde se palpa nítidamente que la acción primaria del significante independiza el cuerpo humano de la anatomía.
2) Si el síntoma es nuestra brújula, es porque implica un saber de lo más íntimo de alguien y al mismo tiempo de su relación al Otro. El síntoma es la fijeza que obstaculiza, ese palo en la rueda que curiosamente porta una clave, ya que es él mismo un fragmento del ser.
De allí la insólita partícula fonemática “rat” que ronda al Hombre de las Ratas desde pequeño. Con Freud, esa Señora Hoffrat entrega tempranamente el signo de lo que condiciona sus sucesivas elecciones –o intentos de elección– de una mujer.
Que en el obstáculo del síntoma anida una solución es vox populi, lo distintivo del abordaje analítico es la ruta del inconsciente en juego. Y si uno prosigue las derivas de un síntoma, llega a un punto de sinsentido absoluto. ¿Qué mejor, para marcar esa pendiente, que encarnar un no saber tan operativo como genuino?
Francamente un analista, por haber sido analizado, advierte que no sabe absolutamente nada del síntoma de alguien. Lo ingenuo es suponer que otro tipo de terapeuta sí… En definitiva, es justamente ese no saber la chance de que algún saber inconsciente advenga, se pronuncie y opere.
3) Dentro de los diversos resultados de los análisis, destaco los de la interpretación por la vía del equívoco. Pienso que en rigor, el equívoco es el único instrumento real del analista para desarticular la fijeza del síntoma. En el marco de un dispositivo, las derivas de la equivocación –esa que Freud nos enseñó a aprovechar– es la verdadera arista del lenguaje de la que nos servimos en la interpretación. Al menos si queremos salirnos, junto con nuestros analizantes, de las redes de la perpetua repetición. Valen sesiones y sesiones hablando, reflexionando, revisando, si de vez en cuando adviene Eso que atenta contra todo sentido común, incluso contra toda significación personal. Y sin embargo, comanda…
Expansión del acto analítico
Hasta aquí mis tres líneas argumentativas hoy. Pienso que del modo en que cada analista intente responder estas preguntas, depende la posibilidad de sostener vivo el discurso analítico y el decir freudiano por excelencia, ese que nunca pronunció pero se desprende de todo su trabajo: no hay proporción sexual. El inconsciente dicta esa ausencia de saber sobre lo sexual y cómo cada uno se las ingenia con ese agujero: es la pesquisa de un análisis.
No es sencillo probarlo –al menos empíricamente– pero debemos, como analistas, bordear argumentos, explicitar nuestra especificidad respecto a otros abordajes terapéuticos, delimitar nuestra pequeña porción de lo humano a la que nos dedicamos: el ser que habla y sus rutas significantes, nada más. Pienso que es desde los límites de la acción analítica, y no desde una supuesta cosmovisión, el modo más conveniente de tomar la palabra en debates amplios de la sociedad sin degradar nuestra praxis ni tampoco desentendernos de un diálogo valioso con diversos sectores. ¡Propuesta sostenida de ND!